¿Qué senda siente ahora tu pie herido?
¿Qué selva o desierto, qué yerto confín,
qué sutil aire del jardín perdido
llora al oído de la simiente de Caín?
«Adiós, madre», dijiste. Adiós, pecho querido;
la sed de tu padre ansiaba las aguas de Elím.
Jazmín y oro y todo, por derecho sometido.
Y orín y lloro y el lecho, sólo castigo ruin.
Caminante...
Alzaste bordes al iracundo mar, sal a la herida.
Compraste el enigma de la tierra con una tumba.
El mundo tembló bajo tu altar en Babel.
Argel Ícaro sin profundo donde hallar tu caída,
la trompeta ya clama y el tambor retumba:
¡las estrellas llaman al portador del laurel!
El mundo tembló bajo tu altar en Babel.
Argel Ícaro sin profundo donde hallar tu caída,
la trompeta ya clama y el tambor retumba:
¡las estrellas llaman al portador del laurel!
Caminante, no hay camino.
No hay divino Edén al que regresar,
donde librar tu piel del sangrante espino.
Caminante, no hay camino
No hay divino Edén al que regresar,
donde librar tu piel del sangrante espino.
Caminante, no hay camino
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