martes, 16 de septiembre de 2014

Omnia vanitas, caritas mea (Dime ahora)

Habías sido siempre la más guapa.
Habías sabido convertir tu camino en una pasarela,
luciendo esos modelitos de femme fatale que descarada exhibías
y que tanto me gustaban.
Habías sabido atraer miradas y cortar respiraciones,
ser mezcla perfecta de suspiro y anhelo,
encarnar a la tentación, a lo prohibido, al deseo
y hacerlo con la mirada inocente de quien no se da cuenta.
Supiste atrapar a todo hombre en tu red de perfume y acierto
y dime ahora, ¿de qué vale?

Viviste por todo lo alto.
La noche era tu mundo y tú eras su luna,
iluminándolo todo con su brillo de cristal resbalando por tu cintura y las estrellas tendiendo un puente de plata a tus pies.
Te movías a placer en locales malditos
donde nunca faltaban hombres sin nombre ni ley ni bandera
que te invitasen a algo a cambio de una mirada cómplice
y un guiño traidor.
Te coronaste reina de un valle de lágrimas, sudor, humo y excesos
y dime ahora, ¿de qué vale?

Me amaste como nadie antes supo hacerlo.
Me decías que era sólo un juego
pero yo veía una partida imposible
aunque tú eras el premio y, tonto, te dejaba jugar.
Y nos perdíamos entre bambalinas de risas y roces,
entre callejones de caricias, jadeos y besos olvidados en tus lunares con un jirón de camisa como único testigo.
Vivía esperando el momento de poder alzar el vuelo
como un Ícaro ciego en su locura
para caer en una espiral de ansia, carmín y sudor,
de éxtasis, sangre y orgasmo.
Vivía esperando el momento de jugar a perdernos sin encontrarnos
y dime ahora, ¿de qué vale?

Y pese a tanto perdernos te perdiste.
Las caricias se tornaron frías, 
los besos pasaron a ser solo besos
y tus ojos, a los que nunca se les dio bien mentir,
negaban lo que tu boca decía: "cariño, todo va bien".
Siempre fuiste demasiado para un solo hombre.
Demasiado para no ceder a tu naturaleza de Hedoné sin frenos
y entregarte al placer por el placer,
a la satisfacción como medio y fin,
a una fantasía de herida, clímax y goce.
Me compartiste con hombres y demonios que te daban lo que yo no podía
y dime ahora, ¿de qué vale?

Y dime ahora, ¿de qué vale? Pero no contestas.
La muerte llego silenciosa y selló tus labios con un beso que no pudiste, no quisiste rechazar.
Y ahora sólo hay silencio.
¿De qué valió? ¿Por qué te fuiste?
¿Por qué me dejaste solo a merced de la tormenta
náufrago de un recuerdo que no puedo, no quiero olvidar.
¡Maldita seas! ¡No te escondas tras la tapa del ataúd y contéstame!
¿De qué te valen ahora tu hechizo y tu belleza?
¿De qué te valen ahora tus locales malditos y las noches sin dormir?
¿De qué te valen ahora los amantes y sus pecados,
los gramos de salvación, las mentiras de teatro amateur,
la libertad tullida con grilletes en los tobillos y las alas cortadas?
La que un día fuiste, reina de la noche,
pasó a convertirse en otra sombra,
en otro miserable sin nombre ni ley ni bandera,
en otro juguete roto por los vicios.
¿Por qué me abandonaste en esta cárcel de realidad,
con los labios sabor a Judas 
y el corazón inerte en las vías del tren?

Dime ahora de qué vale. Dímelo.